Día 36: Dios provee maná del cielo

Evento clave 20: Dios provee el maná (Éxodo 16)

Después del Éxodo los israelitas caminan por el desierto y Dios los alimenta con el maná, que aparece todos los días sobre el suelo. Este pan celestial cesa una vez que llegan a la Tierra Prometida. El maná es una prefiguración de la Eucaristía, la cual es igualmente un pan para el camino, alimentándonos en nuestro caminar hacia el reino de Dios.

INTRODUCCIÓN

Seguimos con el Éxodo. Hoy hay cantos de victoria. Hoy es algo muy hermoso, lo veremos en el capítulo 15. Hay un canto triunfal. Moisés y los Israelitas cantaron porque Yahvé les mostró su gloria y, desafortunadamente, hay muertos (los carros del faraón). Pero, de todas maneras, el pueblo reconoce que el único que los podía salvar era Dios y hay cantos de victoria. Así que, con estos capítulos que hemos leído hasta el momento de hoy, hemos visto cómo Dios se manifiesta, principalmente en su trabajo y va guiando a su pueblo. Y hoy celebramos que lo hizo pasar por el mar Rojo, que los ha liberado de la cautividad de Egipto.


Este mismo Dios que separó las aguas del caos en la creación, que veíamos en el Génesis y que creó la tierra seca, es el que cuidó a la familia de Noé, mientras el diluvio, y que también lo llevó a tierra seca. Y que hoy permite que el pueblo celebre que ese Dios dividió las aguas del mar Rojo y ahora está guiando a Israel para que crucen y lleguen a tierra seca. La historia de la creación y de la redención de Dios continúa. Es un viaje impresionante que estamos todos invitados a seguir. Es el viaje de Israel, desde Egipto hasta el Sinaí y, aunque Moisés y Aarón son estas personas que trabajan arduamente, ¿Quién es el que realmente está haciendo el trabajo? Es Dios. Es Dios el que va ayudando todo el caos y nos va llevando a nosotros a tierra firme, a tierra seca. Así que preparémonos porque la historia continúa. Hoy hay canto de victoria, hay alegría en el pueblo y tenemos que celebrar con ellos, pero también recordemos que siempre hay tentaciones, siempre hay problemas, pero que el Señor está con nosotros.


Hoy estaremos leyendo Éxodo, capítulo 15-16; Levítico, capítulo 11; y estaremos con el Salmo 71. Este es el día 36.


ORACIÓN INICIAL

Padre de amor y misericordia, Tú que instruyes y haces elocuente la lengua de los niños, educa también la mía e infunde en mis labios la gracia de Tu bendición, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y a ti te invito para que pidas que el Espíritu Santo abra nuestras mentes y nuestros corazones para que podamos gozarnos de esta palabra de Dios en este día.


PUNTOS CLAVES

  • El Salmo 71 recuerda que Dios ha estado siempre con nosotros, que él siempre hace grandes cosas y que el ser humano comete errores y, por eso, hoy es la súplica de un anciano, quien se acoge a Yahvé y quien sabe que es el único que lo puede salvar, que lo puede librar. Es el único que le puede prestar atención y es lo mismo que ha pasado con el pueblo hebreo. Saben que, aunque hayan pasado muchos siglos, aunque ellos se hayan alejado de Dios, este pueblo, cuando era joven, había puesto su confianza en Yahvé y había puesto toda su inteligencia y su entusiasmo en descubrir a ese Yahvé en la vida de cada uno de ellos, a ese Dios, pero que, sin lugar a dudas, se desvió y Dios nunca los rechazó, nunca los abandonó, siempre lo lleno de vigor, les mando nuevos líderes, que les fueran mostrando el camino, que los fuera sacando adelante. Y el Señor nunca estuvo lejos para ayudarlos, para socorrerlos.


  • Y hoy tenían un canto de victoria, pues ya no están avergonzados. Saben que los que atentaban contra ellos, los que los tenían esclavizados, pues se han ahogado en el mar y todo parecía fiesta, todo parecía alegría y, de pronto, empiezan a quejarse. Y ahí viene la segunda parte de este libro del Éxodo. Primero era la guerra de poderes. Quién era más fuerte, si el hombre en la persona del Faraón y de sus ídolos, o Yahvé en medio de su pueblo. Y hemos visto hoy la victoria de Yahvé sobre todos los falsos dioses y sobre el poderío político y militar. Por eso había un canto de alabanza. El pueblo se regocija en el Señor, pero también, a su vez, ya el ser humano, cuando se siente seguro, y empieza a buscar qué más hacer, empiezan las quejas y los reclamos, “Sí, nos sacaron, pero, ¿para qué nos sacaron?, ¿para morir acá?, ¿para pasarla mal? ¿por qué nos tenían que sacar? ¡Nos hubieran dejado donde estábamos y estábamos muy bien!"


  • ¿Quién puede entendernos? Nos quejamos y, cuando Dios empieza hacer las cosas, empezamos a decir, “no, no era lo que queríamos”. Así que estamos viendo estas experiencias vividas por los Israelitas a la salida de Egipto y en su camino al monte Sinaí. Dios estaba dirigiendo a Moisés, lo estaba llevando a través de revelaciones y le da consejos y quiere inspirarlo, le quiere dar esa sabiduría de Él a cada uno los seres humanos. Pero nosotros, a veces, como que nos cerramos un poquito a lo que Dios quiere para nosotros.


  • Por otro lado, en los Levíticos, nos están enseñando qué es puro, qué es impuro y bueno es un poquito difícil para nosotros hoy en día estos textos. Pero no me quiero desviar del Éxodo, que me parece muy importante el día de hoy.


  • Estamos destacando este viaje desde Egipto hasta el monte Sinaí. Los Israelitas que empiezan a vivir distintas experiencias y Dios que los vas satisfaciendo en cada una de sus necesidades, que les provee el pan, es decir, el maná, cuando tuvieron hambre; el agua, cuando tuvieron sed. Que les endulzó el agua cuando ésta era amarga. Es el que los libra de sus enemigos y a lo largo del camino parece que Dios los está llevando de una manera muy, muy linda.


  • Es como Dios nos conduce en nuestra actualidad. Es ese Dios que nos quiere guiar con su gracia. Es ese Dios que nos quiere guiar con su bondad y con su misericordia, y que nos ve a nosotros, pues que lo aceptemos, que vivamos con fe, que seamos fieles. Llegaremos próximamente al pacto que se hace en el Sinaí con Israel, para que sea esa nación. Y Dios hoy quiere ser un pacto con nosotros, no un pacto legalista, sino un pacto de redención, de adopción. Es un Dios que quiere ocupar nuestro corazón y es un pacto en el cual Dios lo establece y dice, “aquí estoy yo. Me quiero entregar a ustedes, quiero estar en medio de ustedes”. Y Dios empezará a reflejar en estos días, a través de la ley, y empezará a mostrar ese compañerismo, esa común unión entre él y nosotros y, si estamos unidos a él, vamos a poder gozar de muchas bendiciones.


ORACIÓN FINAL

Hoy pidámosle al Señor que podamos nosotros aceptar, vamos a ser obedientes, que podamos disfrutar de él y gozarnos de sus bendiciones, para que en nuestras vidas disfrutemos de la santidad, que es estar en una relación plena y maravillosa con Dios. Así que, antes de despedirme, por favor, oremos por esto, para que tú y yo nos regocijemos en el Señor, para que podamos satisfacernos de sus bendiciones. Y pidan por mí siempre para que siga siendo fiel a este ministerio que se me ha confiado, para que pueda vivir con fe lo que leo y lo que trato de enseñar; pero, sobre todo, para que enseñe la verdad y para que pueda cumplir lo que he enseñado. Y que la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo descienda sobre ustedes y los acompañen siempre. ¡Bendiciones!


PARA MEDITAR

Dios quiere hacer un pacto, una alianza de amor contigo ¿Qué te impide abrir plenamente el corazón al Señor? ¿Qué temes dejar atrás?


CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Ex16, 4

1334 En la Antigua Alianza, el pan y el vino eran ofrecidos como sacrificio entre las primicias de la tierra en señal de reconocimiento al Creador. Pero reciben también una nueva significación en el contexto del Éxodo: los panes ácimos que Israel come cada año en la Pascua conmemoran la salida apresurada y liberadora de Egipto. El recuerdo del maná del desierto sugerirá siempre a Israel que vive del pan de la Palabra de Dios (Dt 8,3). Finalmente, el pan de cada día es el fruto de la Tierra prometida, prenda de la fidelidad de Dios a sus promesas. El "cáliz de bendición" (1 Co 10,16), al final del banquete pascual de los judíos, añade a la alegría festiva del vino una dimensión escatológica, la de la espera mesiánica del restablecimiento de Jerusalén. Jesús instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a la bendición del pan y del cáliz.

Ex 16, 19-21

2836 “Hoy” es también una expresión de confianza. El Señor nos lo enseña (cf. Mt 6, 34; Ex 16, 19); no hubiéramos podido inventarlo. Como se trata sobre todo de su Palabra y del Cuerpo de su Hijo, este “hoy” no es solamente el de nuestro tiempo mortal: es el Hoy de Dios:

«Si recibes el pan cada día, cada día para ti es hoy. Si Jesucristo es para ti hoy, todos los días resucita para ti. ¿Cómo es eso? “Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy” (Sal 2, 7). Hoy, es decir, cuando Cristo resucita» (San Ambrosio, De sacramentis, 5, 26).

2837 “De cada día”. La palabra griega, epiousion, no tiene otro sentido en el Nuevo Testamento. Tomada en un sentido temporal, es una repetición pedagógica de “hoy” (cf. Ex 16, 19-21) para confirmarnos en una confianza “sin reserva”. Tomada en un sentido cualitativo, significa lo necesario a la vida, y más ampliamente cualquier bien suficiente para la subsistencia (cf. 1 Tm 6, 8). Tomada al pie de la letra (epiousion: “lo más esencial”), designa directamente el Pan de Vida, el Cuerpo de Cristo, “remedio de inmortalidad” (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Ephesios, 20, 2) sin el cual no tenemos la Vida en nosotros (cf. Jn 6, 53-56) Finalmente, ligado a lo que precede, el sentido celestial es claro: este “día” es el del Señor, el del Festín del Reino, anticipado en la Eucaristía, en que pregustamos el Reino venidero. Por eso conviene que la liturgia eucarística se celebre “cada día”.

«La Eucaristía es nuestro pan cotidiano [...] La virtud propia de este divino alimento es una fuerza de unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de nosotros sus miembros para que vengamos a ser lo que recibimos [...] Este pan cotidiano se encuentra, además, en las lecturas que oís cada día en la Iglesia, en los himnos que se cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es necesario en nuestra peregrinación» (San Agustín, Sermo 57, 7, 7).

El Padre del cielo nos exhorta a pedir como hijos del cielo el Pan del cielo (cf. Jn 6, 51). Cristo “mismo es el pan que, sembrado en la Virgen, florecido en la Carne, amasado en la Pasión, cocido en el Horno del sepulcro, reservado en la iglesia, llevado a los altares, suministra cada día a los fieles un alimento celestial” (San Pedro Crisólogo, Sermo 67, 7)


COMENTARIOS ADICIONALES

Audiencia General de S.S. Juan Pablo II, Miércoles 12 de noviembre de 2001


Himno de victoria por el paso del mar Rojo

1. Este himno de victoria (cf. Ex 15, 1-18), propuesto en las Laudes del sábado de la primera semana, nos remite a un momento clave de la historia de la salvación: al acontecimiento del Éxodo, cuando Israel fue salvado por Dios en una situación humanamente desesperada. Los hechos son conocidos: después de la larga esclavitud en Egipto, ya en camino hacia la tierra prometida, los hebreos habían sido alcanzados por el ejército del faraón, y nada los habría salvado de la aniquilación si el Señor no hubiera intervenido con su mano poderosa. El himno describe con detalle la insolencia de los planes del enemigo armado: "perseguiré, alcanzaré, repartiré el botín..." (Ex 15, 9).


Pero, ¿qué puede hacer incluso un gran ejército frente a la omnipotencia divina? Dios ordena al mar que abra un espacio para el pueblo agredido y que se cierre al paso de los agresores: "Sopló tu aliento y los cubrió el mar, se hundieron como plomo en las aguas formidables" (Ex 15, 10).


Son imágenes fuertes, que quieren expresar la medida de la grandeza de Dios, mientras manifiestan el estupor de un pueblo que casi no cree a sus propios ojos, y entona al unísono un cántico conmovido: "Mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación. Él es mi Dios: yo lo alabaré; el Dios de mis padres: yo lo ensalzaré" (Ex 15, 2).


2. El cántico no habla sólo de la liberación obtenida; indica también su finalidad positiva, la cual no es más que el ingreso en la morada de Dios, para vivir en comunión con él: "Guiaste con misericordia a tu pueblo rescatado; los llevaste con tu poder hasta tu santa morada" (Ex 15, 3).


Así comprendido, este acontecimiento no sólo estuvo en la base de la alianza entre Dios y su pueblo, sino que se convirtió también en un "símbolo" de toda la historia de la salvación. Muchas otras veces Israel experimentará situaciones análogas, y el Éxodo se volverá a actualizar puntualmente. De modo especial aquel acontecimiento prefigura la gran liberación que Cristo realizará con su muerte y resurrección.


Por eso, nuestro himno resuena de un modo especial en la liturgia de la Vigilia pascual, para destacar con la intensidad de sus imágenes lo que se ha realizado en Cristo. En él hemos sido salvados, no de un opresor humano, sino de la esclavitud de Satanás y del pecado, que desde los orígenes pesa sobre el destino de la humanidad. Con él la humanidad vuelve a entrar en el camino, en el sendero que lleva a la casa del Padre.


[...] Haciendo que nuestras jornadas estén impregnadas de este sentimiento de alabanza de los antiguos hebreos, caminamos por las sendas del mundo, llenas de insidias, peligros y sufrimientos, con la certeza de que nos envuelve la mirada misericordiosa de Dios: nada puede resistir al poder de su amor.

(Tomado del sitio web del Vaticano. Accesado el día 5 de febrero de 2022. https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/audiences/2001/documents/hf_jp-ii_aud_20011121.html)


Homilía del Santo Padre Francisco. Santa Misa en la Solemnidad del Corpus Christi

Atrio de la Basílica de San Juan de Letrán, Jueves 19 de junio de 2014


«El Señor, tu Dios, ... te alimentó con el maná, que tú no conocías» (Dt 8, 2-3).

“Además del hambre físico, el hombre lleva en sí otro hambre, un hambre que no puede ser saciado con el alimento ordinario. Es hambre de vida, hambre de amor, hambre de eternidad. Y el signo del maná —como toda la experiencia del éxodo— contenía en sí también esta dimensión: era figura de un alimento que satisface esta profunda hambre que hay en el hombre. Jesús nos da este alimento, es más, es Él mismo el pan vivo que da la vida al mundo (cf. Jn 6, 51). Su Cuerpo es el verdadero alimento bajo la especie del pan; su Sangre es la verdadera bebida bajo la especie del vino. No es un simple alimento con el cual saciar nuestro cuerpo, como el maná; el Cuerpo de Cristo es el pan de los últimos tiempos, capaz de dar vida, y vida eterna, porque la esencia de este pan es el Amor.


En la Eucaristía se comunica el amor del Señor por nosotros: un amor tan grande que nos nutre de sí mismo; un amor gratuito, siempre a disposición de toda persona hambrienta y necesitada de regenerar las propias fuerzas. Vivir la experiencia de la fe significa dejarse alimentar por el Señor y construir la propia existencia no sobre los bienes materiales, sino sobre la realidad que no perece: los dones de Dios, su Palabra y su Cuerpo.


Si miramos a nuestro alrededor, nos damos cuenta de que existen muchas ofertas de alimento que no vienen del Señor y que aparentemente satisfacen más. Algunos se nutren con el dinero, otros con el éxito y la vanidad, otros con el poder y el orgullo. Pero el alimento que nos nutre verdaderamente y que nos sacia es sólo el que nos da el Señor. El alimento que nos ofrece el Señor es distinto de los demás, y tal vez no nos parece tan gustoso como ciertas comidas que nos ofrece el mundo. Entonces soñamos con otras comidas, como los judíos en el desierto, que añoraban la carne y las cebollas que comían en Egipto, pero olvidaban que esos alimentos los comían en la mesa de la esclavitud. Ellos, en esos momentos de tentación, tenían memoria, pero una memoria enferma, una memoria selectiva. Una memoria esclava, no libre.


Cada uno de nosotros, hoy, puede preguntarse: ¿y yo? ¿Dónde quiero comer? ¿En qué mesa quiero alimentarme? ¿En la mesa del Señor? ¿O sueño con comer manjares gustosos, pero en la esclavitud? Además, cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿cuál es mi memoria? ¿La del Señor que me salva, o la del ajo y las cebollas de la esclavitud? ¿Con qué memoria sacio mi alma?


El Padre nos dice: «Te he alimentado con el maná que tú no conocías». Recuperemos la memoria. Esta es la tarea, recuperar la memoria. Y aprendamos a reconocer el pan falso que engaña y corrompe, porque es fruto del egoísmo, de la autosuficiencia y del pecado.”

(Tomado del sitio web del Vaticano. Accesado el día 5 de febrero de 2022. https://www.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2014/documents/papa-francesco_20140619_omelia-corpus-domini.html)