Día 59: Tiempos de trabajo para Yahvé
INTRODUCCIÓN
El tiempo pasa bastante rápido y hemos llegado ya al programa 59. Algo interesante, es que ayer leímos el capítulo 7 del Deuteronomio, que, como dato curioso, no sé si ustedes lo saben, pero se lo va a contar: es el segundo capítulo más largo de la biblia. ¿Quieren que les cuente cuál es el más largo? Es el salmo 119.
No sé si lo recuerdan, que para leer el salmo 119 nos tomó tres programas, que lo dividimos en tres pedacitos. Así que, ayer leíamos todos estos detallitos, es el segundo capítulo más largo porque nos estaba hablando de todas las ofrendas de los príncipes, de todo lo que trajeron los príncipes y realmente es un capítulo bien monótono. No sé, gracias por tener la paciencia, pues porque hay mucha repetición; que este trajo y trajo lo mismo y trajo lo mismo. Y se mencionan a todos estos 12 príncipes y se nos dice exactamente lo que cada uno ellos trajeron como ofrenda.
Vimos que cada tribu traía la misma ofrenda, porque eran los regalos que se le hacían a Dios. Esto es importante, para que nosotros nos preguntemos un poquito de que si sabemos qué es lo que le estamos entregando a Dios. Pues fíjese que Dios conoce lo que uno da, pero también conoce lo que uno se guarda, lo que nos reservamos para nosotros. Hay muchas personas que usan frases en la vida que me encantan a mí. Algunos saben que lo que se le da a Dios se le tiene que dar generosamente porque Él nos da generosamente a nosotros también. Hay unos que dicen “Como yo doy generosamente en secreto y eso es entre El Señor y entre Él y yo.” Bueno, sí, eso es cierto, es entre ustedes dos. Pero El Señor está contándolo todo, están mirando.
Hoy, vamos a entrar en algo interesante, van a hablar de la edad límite del trabajo. Hoy en día se habla tanto de ¿a qué edad nos tenemos que presionar? Y vamos a ver como los levitas comenzaban a servir desde su juventud. Y lo leíamos hace un par de días atrás, que debían estar de 30 a 50 años trabajando de los 30 a los 50 y todo esto porque tenían que ser fuertes para levantar y transportar el Tabernáculo todos sus elementos todos sus utensilios. Eso lo veíamos en el capítulo 4 de Números, donde nos daban todos los nombres de aquellos que eran menores de 50 años. Ya hoy, nos van a indicar en qué edad estos hombres se tienen que jubilar de sus funciones. Pues imagínense, es difícil cargar el Tabernáculo por causa de su peso. Así que ellos deben ser examinados en su capacidad física y también en las enfermedades de la piel, por eso se hablaba de la lepra y de todo esto, porque se requiere cierta pureza para estar al servicio del Señor.
Hoy estaremos leyendo: Números 8 y 9: Deuteronomio 8 y el Salmo 93. Este es el día 59. Empecemos.
ORACIÓN INICIAL
Padre de amor y misericordia, Tú qué haces elocuente la lengua de los niños, educa también la mía e infunde en mis labios la gracia de Tu bendición. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Y a ti te invito para que pidas al Espíritu Santo que abra nuestra mente y nuestro corazón, para que podamos seguir gozándonos de esta palabra de Dios, hoy en nuestras vidas.
PUNTOS CLAVES
Les decía que hemos leído el segundo capítulo más largo de la biblia, después del salmo 119 y pues nos damos cuenta de que Dios quiere a estos hombres, a los levitas para su servicio. Ellos estarán trabajando con Aarón y con sus hijos. Deben tener ciertas cualidades de trabajo, los que habían sido censados para la guerra son distintos a estos. Este es el pueblo que se ha reservado para Yahvé, que el Señor lo va a tomar para ellos.
Vemos como en este libro de los Números, se conoce la edad específica para el trabajo de estos hombres. Estos levitas van a comenzar a servir desde su juventud y ya cuando son suficientemente fuertes para transportar el Tabernáculo, pues entran a trabajar bastante bien. Van examinándolos, los van conociendo, los van mirando.
Dios es exigente para los que escogen. Muchas veces la gente me dice: “¿Por qué se fue de sacerdote? ¡Que desperdició! ¿Por qué los jóvenes se van de sacerdotes? ¡Qué desperdició!” Hoy nos damos cuenta de que al Señor se le escogen a los jóvenes, se le ponen a su servicio y se le entrega lo mejor. No le vamos a dar a Dios lo que está sobrando, le entregamos lo mejor. En una época, no existían por ejemplo los anteojos, entonces no pueden poner a un hombre que no pueda leer al servicio de Dios. Entonces, por eso hay ciertas edades en esos momentos para el servicio.
El punto no es que en los 50s sea una edad para jubilación no, no, no, sino que es un momento en que ya uno empieza a desvanecer, envejecerse. Que pronto se desempeña con menos efectividad en el trabajo, sobre todo para esa clase de trabajo. Por eso Dios, dada estas condiciones, para los individuos y para las ocupaciones que van a desarrollar.
La edad no era un problema porque acordémonos que Moisés tenía 80 años cuando comenzó a desempeñarse como el líder de Israel. No era un niño.
Sin embargo, esto de la jubilación de los levitas, lo único que está tratando de hacer es permitir que se releven un poco en el trabajo. Ir dirigiendo el servicio que hacen de acuerdo con la edad un poquito más maduro, pero cada uno de acuerdo con las condiciones que ese trabajo requiriera. Ellos, los que se jubilaban, podían seguir ayudando a sus hermanos en la tienda en la reunión, para que éstos cumplieran sus obligaciones. Y esta gente tenía mejor capacidad de hacer juicios más interesantes, tenían más sabiduría, tenían más perspicacia, ya tienen la experiencia que no se compra. Y por más joven que uno esté, el tiempo da esa sabiduría que se requiere y que solamente lo da la edad. Yo estoy seguro de que muchos de los que me están escuchando saben que la edad es la clave para muchas cosas. Hay un dicho que aprendí desde niño, que decía: “El tiempo le dijo al tiempo que le dijera la verdad. El tiempo le dijo al tiempo: ‘el tiempo te lo dirá.’" Así que, esto de la edad es interesante porque con la edad conseguimos estas verdades que solo el tiempo nos da. El tiempo nos muestra dónde estaba la verdad, hay que ser un poco paciente, ese es el proceso que hemos venido mirando. El pueblo necesita ser un poquito más paciente con El Señor, porque a veces queremos resultados inmediatos.
Por otro lado, en el libro del Deuteronomio, nos damos cuenta de que este libro definitivamente ¿cuál es el tema principal? El tema del trabajo. Nos ha mostrado que el trabajo tiene un significado y tiene un valor, porque es mandato de Dios trabajar para beneficio de todos. Y que cuando trabajamos tenemos bendiciones, para cada persona, para la comunidad, para nuestro país. Y cuando no trabajamos, pues hay consecuencias de fracasos y de peligros. Así que, hay que mostrarle al Señor que estamos trabajando. Y nos va a mostrar este libro todas esas relaciones que tiene el trabajo, que son buenas relaciones porque nos dan dignidad, porque nos dan respeto por los demás. Porque nos obligan a no tener que ofender a los demás ni a ser injusto con ellos en el trabajo.
Hoy veíamos que todo nuestro trabajo puede ocasionar riquezas. Claro que sí, pero que nuestras riquezas no nos engrían y hagan que se nos salga el Señor del corazón. Muchas veces le decimos Señor: “Si puedes darme esta casita, o este trabajo, te prometo, te prometo, te prometo.” Y después tenemos la casita o el trabajo, y lo primero que nos olvidamos es de Dios. Dejamos de rezar con la misma intensidad, se nos olvida alabarle y bendecirle y darle gracias por todo lo que ha hecho el Señor.
Así que recordemos que este libro de Deuteronomio habla de eso, de la dignidad del trabajo. Tiene casi el mismo material que hemos venido leyendo, tanto en Éxodo como en Levítico. Ahora en Números refuerza la atención al trabajo y como esté se relaciona con los diez mandamientos.
Pareciera que nos estuvieran repitiendo todo, y parece que a veces es necesario que nos repitan para que podamos aprender que Yahvé es el Dios que está ahí para nosotros. Que nos está ayudando, que nos va acompañando, que hace que todas nuestras empresas florezcan, que hace que todas las cosas vayan bien en nuestra vida. Pero qué fácil es olvidarlo. Se nos va olvidando rápidamente, sobre todo cuando nos empieza a ir bien y cuando empezamos a recoger todo lo que hemos cosechado, todo lo que hemos sembrado. Pero que no se nos olvide que es gracias al amor misericordioso del Señor, que nuestras empresas progresan.
ORACIÓN FINAL
Pidamos hoy, por todos aquellos que todavía no se han encontrado en su trabajo. Por todos aquellos que carecen de él. También pidamos por todas las personas que de una u otra manera están tratando de salir adelante y no han podido aún. Que tú y yo podamos ser fuentes de inspiración para ellos, que los podamos ayudar y que los podamos fortalecer con nuestra ayuda. Pero también con nuestro apoyo, muchas veces económico que es necesario para ellos.
Así que, queridos amigos, antes de despedirme quiero como todos los días, pedir que ustedes por favor oren por mí. Para que yo sea fiel a este ministerio, a este trabajo que se me ha confiado, para que puedan vivir con fe lo que leo, lo que comparto con ustedes. Para que pueda enseñar la verdad, y para que también yo pueda cumplir lo que he enseñado.
Y que la bendición de Dios todopoderoso, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes y los acompañen siempre ¡Que Dios los bendiga!
PARA MEDITAR
La abundancia y la holgura conllevan el peligro de olvidar de quién proceden todos nuestros bienes. Cuando nos sentimos satisfechos , podemos perder de vista que todo es don y bendición del Señor. Reflexiona: ¿Cuál es tu actitud ante tus bienes? ¿Piensas que lo que tienes ha sido sólo el fruto de tu trabajo y tu esfuerzo? Toma algún tiempo en oración para darle gracias a Dios por todo lo que tienes, empezando por tu propia vida.
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
Dt 8, 3
1334 En la Antigua Alianza, el pan y el vino eran ofrecidos como sacrificio entre las primicias de la tierra en señal de reconocimiento al Creador. Pero reciben también una nueva significación en el contexto del Éxodo: los panes ácimos que Israel come cada año en la Pascua conmemoran la salida apresurada y liberadora de Egipto. El recuerdo del maná del desierto sugerirá siempre a Israel que vive del pan de la Palabra de Dios (Dt 8,3). Finalmente, el pan de cada día es el fruto de la Tierra prometida, prenda de la fidelidad de Dios a sus promesas. El "cáliz de bendición" (1 Co 10,16), al final del banquete pascual de los judíos, añade a la alegría festiva del vino una dimensión escatológica, la de la espera mesiánica del restablecimiento de Jerusalén. Jesús instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a la bendición del pan y del cáliz.
2835 Esta petición y la responsabilidad que implica sirven además para otra clase de hambre de la que desfallecen los hombres: “No sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4, cf. Dt 8, 3), es decir, de su Palabra y de su Espíritu. Los cristianos deben movilizar todos sus esfuerzos para “anunciar el Evangelio a los pobres”. Hay hambre sobre la tierra, “mas no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la Palabra de Dios” (Am 8, 11). Por eso, el sentido específicamente cristiano de esta cuarta petición se refiere al Pan de Vida: la Palabra de Dios que se tiene que acoger en la fe, el Cuerpo de Cristo recibido en la Eucaristía (cf. Jn 6, 26-58).
(Todas las citas están tomadas del Catecismo de la Iglesia Católica disponible en línea en el sitio web del Vaticano. https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/index_sp.html)
COMENTARIOS ADICIONALES
La Misa Matutina transmitida en directo desde la capilla de la Casa Santa Marta. Homilía del Santo Padre Francisco. Viernes 1 de mayo de 2020.
"El trabajo es la vocación del hombre"
«Y Dios creó» (Gn 1,27). Un Creador. Creó el mundo, creó al hombre, y le dio al hombre una misión: administrar, trabajar, llevar adelante la creación. Y la palabra trabajo es la que usa la Biblia para describir esta actividad de Dios: «Dio por concluida la labor que había hecho; puso fin el día séptimo a toda la labor que había hecho» (Gn 2,2). Y le dio esta actividad al hombre: “Debes hacer esto, cuidar aquello, aquello otro, debes trabajar para crear conmigo —es como si lo dijera así— este mundo, para que pueda continuar” (cf. Gn 2,15.19-20). Tanto es así que el trabajo no es más que la continuación del trabajo de Dios: el trabajo humano es la vocación del hombre recibida de Dios al final de la creación del universo.
Y el trabajo es lo que hace al hombre semejante a Dios, porque con el trabajo el hombre es un creador, es capaz de crear, de crear muchas cosas, incluso de crear una familia para seguir adelante. El hombre es un creador y crea con el trabajo. Esta es la vocación. Y dice la Biblia que «Dios vio lo que había hecho, y todo era algo muy bueno» (Gn 1,31). Es decir, el trabajo tiene en sí mismo una bondad y crea la armonía de las cosas —belleza, bondad— e involucra al hombre en todo: en su pensamiento, en su acción, en todo. El hombre está involucrado en el trabajo. Es la primera vocación del hombre: trabajar. Y esto le da dignidad al hombre. La dignidad que lo hace parecerse a Dios. La dignidad del trabajo.
Una vez, en una Cáritas, a un hombre que no tenía trabajo e iba a buscar algo para su familia, un empleado de Cáritas le dijo: “Por lo menos puede llevar el pan a su casa” — “Pero a mí no me basta con esto, no es suficiente”, fue su respuesta: “Quiero ganarme el pan para llevarlo a casa”. Le faltaba la dignidad, la dignidad de “hacer” el pan él mismo, con su trabajo, y llevarlo a casa. La dignidad del trabajo, tan pisoteada por desgracia. En la historia hemos leído de las brutalidades que cometieron con los esclavos: los llevaban de África a América —pienso en esa historia que toca a mi tierra— y nosotros decimos “cuánta barbarie”... Pero aún hoy hay tantos esclavos, tantos hombres y mujeres que no son libres de trabajar: se ven obligados a trabajar, para sobrevivir, nada más. Son esclavos: trabajo forzado... son trabajos forzados, injustos, mal pagados y que llevan al hombre a vivir con la dignidad pisoteada. Hay muchos, muchos en el mundo. Muchos. En los periódicos de hace unos meses leímos, en un país de Asia, que un señor había matado a palos a uno de sus empleados que ganaba menos de medio dólar al día, porque había hecho algo mal. La esclavitud de hoy es nuestra indignidad, porque quita la dignidad al hombre, a la mujer, a todos nosotros. “No, yo trabajo, tengo mi dignidad”: sí, pero tus hermanos, no. “Sí, padre, es verdad, pero esto, como está tan lejos, me cuesta entenderlo. Pero aquí, entre nosotros...”: aquí también, entre nosotros. Aquí, entre nosotros. Piensa en los trabajadores, en los que trabajan a jornada, que los haces trabajar por un salario ínfimo y no ocho, sino doce, catorce horas al día: esto sucede hoy, aquí. En todo el mundo, pero también aquí. Piensa en la empleada del hogar que no tiene un salario justo, que no tiene asistencia de la seguridad social, que no tiene jubilación: esto no ocurre solo en Asia. Aquí.
Toda injusticia que se comete contra una persona que trabaja es un atropello a la dignidad humana, incluso a la dignidad del que comete la injusticia: se baja el nivel y se termina en esa tensión de dictador-esclavo. En cambio, la vocación que Dios nos da es muy hermosa: crear, re-crear, trabajar. Pero esto puede hacerse cuando las condiciones son justas y se respeta la dignidad de la persona.
Hoy nos unimos a muchos hombres y mujeres, creyentes y no creyentes, que conmemoran hoy el Día de los Trabajadores, el Día del Trabajo, por aquellos que luchan por la justicia en el trabajo, por aquellos —buenos empresarios— que realizan el trabajo con justicia, aunque ellos pierdan. Hace dos meses me llamó por teléfono un empresario, de aquí, de Italia, pidiéndome que rezara por él porque no quería despedir a nadie, y me decía: “Porque despedir a uno de ellos es despedirme a mí”. Esta conciencia de tantos empresarios buenos, que cuidan de los trabajadores como si fueran sus hijos. Recemos por ellos también. Y pidámosle a San José —en este hermoso icono [una estatua colocada cerca del altar] con las herramientas en la mano— que nos ayude a luchar por la dignidad del trabajo, para que haya trabajo para todos y que sea un trabajo digno. No un trabajo de esclavos. Que esta sea nuestra oración hoy.
(Tomado del sitio web del Vaticano. Accesado el día 28 de febrero de 2022.