Día 75: Los votos en el matrimonio

INTRODUCCIÓN

Continuamos hoy. El tiempo pasa volando. Estamos en el día 75 ya y vemos el libro de los Números que nos recuerda que el dudar, o a veces el no creer en Dios nos puede llevar a desobedecerle. Cuando empezamos a dudar, cuando empezamos a negociar con el maligno, con nuestros miedos, con nuestras dudas, nos empezamos a alejar de Dios. Y eso fue lo que le sucedió a Moisés, quien no pudo entrar a la Tierra Prometida.


También ayer veíamos cómo Dios nos pide nuestras ofrendas, pero estas ofrendas realmente deben tener un componente especial: y es que nuestra ofrenda se convierta en una verdadera adoración a Dios. Es decir, cuando ofrecemos algo, cuando hacemos algo por Dios, tenemos que conectarnos con ese pensamiento de Dios, estar con Él, estar en comunión con Él, saber que tú y yo somos las manos, pies, que nosotros somos el regalo de Dios para los demás. De esta manera, lo estamos adorando a Él con nuestro servicio. Y, a veces debemos preguntarnos, cuando estoy en mi grupo de oración, cuando estoy en la santa Misa, cuando estoy rezando ¿estoy verdaderamente adorando a Dios? ¿es realmente un momento de oración a Dios? Porque a veces podemos volvernos mecánicos, no conectarnos, no estar en la mente y en el pensamiento con Dios, con Él, estar en comunión con Él.


Hoy cuando ofrezcas tu alabanza, cuando ofrezcas tu oración a Dios, trata de conectarte lo más que puedas. Cuando des tu ofrenda conéctate con Dios, con ese Dios que te da tantos regalos y tanta riqueza para poder compartir con los más necesitados. Nadie es tan pobre que no tenga nada que dar. Ni nadie es tan rico que no tenga nada que recibir. Y con esto puedes adorar tu Dios, ayudando con la ofrenda al que está enfrente de ti.


También hemos estado hablando ya de Josué, el que es el escogido y este hombre debe estar conectado con Dios, pues es un hombre que va a ser controlado por el Espíritu. El Espíritu es el que lo va a ayudar, el que lo va a ir llevando. Le hacen una imposición de manos, va a ocupar el lugar de Moisés y, bueno, ya él tomará el control apenas muera Moisés. Pero ya está preparándose para este cargo.


Hoy estaremos viendo los votos que se pueden hacer a Dios y que pueden hacer las mujeres y que puedan ser aceptados o desaprobados por su esposo o por sus padres. Y, vemos como la Biblia busca que la mujer tenga sus derechos, los mismos derechos que los hombres de reclamar su herencia. Y también vamos a aprender hoy que la mujer tiene, no solo derechos sino también deberes y responsabilidades.


Y llegamos a uno de los pasajes más extraordinarios de la Escritura: la historia de Israel en la Tierra Prometida. Ya nos están anticipando lo que va a ser la Tierra Prometida y hay hasta una advertencia: lo que puede pasar, si no se portan bien van a ser desterrados de esta Tierra Prometida. Y ya sabemos que hay 3 destierros en Israel. Aquí se nos menciona la profecía de la segunda vez que Israel va a ser desterrado ¡Y no les digo más! Vamos a prepararnos para esta sorpresa.


Hoy estaremos leyendo Números 29 y 30; Deuteronomio 29; Salmo 113. Este es el día 75 ¡Empecemos!


ORACIÓN INICIAL

Padre de amor y misericordia, Tú que haces elocuente la lengua de los niños, educa también la mía e infunde en mis labios la gracia de Tu bendición, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y a ti te invito para que pidas al Espíritu Santo que abra hoy nuestra mente y nuestro corazón para que podamos gozar de la palabra de Dios en nuestra vida hoy.


PUNTOS CLAVES

  • ¡Qué bellas las lecturas de hoy! Me encanta el Salmo “alaben siervos a Yahvé, alaben el nombre de Yahvé. Bendito el nombre de Yahvé desde ahora y por siempre, desde la salida del sol hasta su ocaso sea alabado el nombre de Yahvé.” Qué lindo que nosotros realmente pudiéramos alabar a Dios todo el día, darle la gloria y alabanza que Él se merece por lo grande que ha hecho con nosotros siempre, todos los días, todos los días.

  • Miremos que las lecturas de hoy nos invitan a que no debemos prometerle tanto a Dios, más bien debemos pensar que es lo que vamos a hacer y qué es lo que vamos a prometer. Pues, cuando le prometemos algo a Dios, Él nos hace responsables de esas promesas. Lo que decimos que vamos a hacer Él nos dice: “Oye, ¿qué pasó con lo que me prometiste?”. Él no nos pide que hagamos votos, porque ¿Qué es un voto? Es algo que se hace voluntariamente, voluntariamente digo: “Esto es lo que quiero hacer”. Así que, si tú y yo, o cualquiera de nosotros hace una promesa, entonces debe acordarse de cumplirla. Porque vemos que Dios exige cuando nosotros prometemos algo, debemos acordarnos siempre de cumplirlo. Parece que para Dios nuestra palabra es suficiente. Parece que para Dios nuestra palabra es confiable ¿Por qué? Porque la palabra de Dios es suficiente, es confiable, porque la palabra de Dios siempre es verdad y él espera que tu palabra y la mía sean verdad. Antiguamente se cerraban los negocios de palabra. Decían: “Bueno, esto quedó palabreado” y se creía en la palabra. Hoy en día toca con contrato, con sello, con resello, con contra sello, con abogado, con notario, porque ya la palabra parece que ha perdido valor. Pero, miremos que en todos estos libros que hemos estado leyendo basta con que Dios diga algo para que ese algo sea verdadero, para que eso sea cierto. Y así, Él quiere que seamos nosotros —los que estamos aquí en la tierra— que somos su imagen y semejanza, que seamos personas fieles a nuestra palabra, que cuando hacemos nuestros votos nuestros compromisos, sean ciertos. Así que, si prometemos algo, tenemos que ser fieles a esa promesa. Tenemos que cumplir con lo que hemos prometido.


  • Vamos viendo cómo en este libro los Números se tratan todas estas nuevas situaciones, con una generación —como lo he dicho en los últimos programas— que es nueva. Es una generación que ha caminado a través del desierto y a la cual Dios ha estado cuidando y la cual ha estado preparando para entrar en el desierto. Ni se acaban sus ropas, ni se acaban sus zapatos, siempre les da victoria. Él los tiene muy protegidos, muy consentidos. No han comido pan, no han tomado vino, pero les ha dado mana, les ha dado codornices, les ha dado agua. Más consentidos ¿para dónde? Pero también a esta nueva generación se les hace una profecía y se les habla de un posible destierro. Pero ¿Por qué les sucederá todo esto? Por su desobediencia. Así que tú y yo deberíamos ser un poquito más obedientes a Dios. No sé, confrontarnos con los mandamientos, confrontarnos cada día con nuestra oración. ¿Qué es lo que Dios quiere? ¿Estoy conectado con Él? ¿Lo estoy alabando con mis acciones? ¿Estoy dando testimonio de su presencia en su vida? ¿estoy siendo verdadero a las promesas que le he hecho, a los votos que he hecho de vida religiosa, de vida de soltero, de vida de casado? Tenemos que confrontarnos, porque para entrar nosotros en la nueva Tierra Prometida, en el cielo. Esto se necesita.


  • También debemos pensar que, si obedecemos a Dios, seremos bendecidos, pero si no obedecemos a Dios —ya sabemos— pasará todo lo contrario. Así que hoy tú y yo pidamos fidelidad a Dios. Que podamos decir “sí” cuando es “sí”, que digamos “no” cuando es “no”. Que nuestra palabra tenga peso, que tenga valor. Que volvamos a crear esos momentos de verdad. Que volvamos a crear nosotros esas palabras que tienen peso. Que volvamos nosotros a crear esos votos que realmente queremos hacer y de esta manera podremos creer en cada uno de nosotros cuando volvamos a recrear lo que hemos destruido, la confianza en la palabra de los demás. Cuando volvamos a recrear esos votos que hemos hecho, porque simplemente los hemos puesto a un lado. Que ese Dios que es excelso, que ese Dios que es más grande que los cielos nos acompañe hoy y siempre, que Él nos levante del polvo, que nos alce —como lo decía el salmo— “del estiércol” para que nos centremos en su vida, para que nos centremos en su voluntad, para que podamos ser cada día más fieles a Dios.


ORACIÓN FINAL

Y, como siempre, quiero despedirme pidiéndoles que por favor oren por mi para que sea fiel a este ministerio tan lindo de llevar la Biblia en un año. Es un ministerio que se me ha confiado, para que pueda vivir con fe lo que leo, lo que comparto, para que pueda enseñar lo que creo y para que pueda cumplir lo que he enseñado. Y que la bendición de Dios Todopoderoso que es Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes y los acompañe siempre ¡Que Dios los bendiga!


PARA MEDITAR

  • Reflexiona sobre las promesas que has hecho a Dios y a otros y que no has cumplido. Habla con el Señor acerca de esto y, si es necesario, habla con tu párroco y acércate al sacramento de la reconciliación (confesión).


  • Haz el firme propósito de no hacer promesas a la ligera y de que otros puedan confiar en tu palabra.

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Dt 29-30

708 Esta pedagogía de Dios aparece especialmente en el don de la Ley (cf. Ex 19-20; Dt 1-11; 29-30), que fue dada como un "pedagogo" para conducir al Pueblo hacia Cristo (Ga 3, 24). Pero su impotencia para salvar al hombre privado de la "semejanza" divina y el conocimiento creciente que ella da del pecado (cf. Rm 3, 20) suscitan el deseo del Espíritu Santo. Los gemidos de los Salmos lo atestiguan.


Dt 29, 3

368 La tradición espiritual de la Iglesia también presenta el corazón en su sentido bíblico de "lo más profundo del ser" "en sus corazones" (Jr 31,33), donde la persona se decide o no por Dios (cf. Dt 6,5; 29,3; Is 29,13; Ez 36,26; Mt 6,21; Lc 8,15; Rm 5,5).


Sal 113, 1-2

2143 Entre todas las palabras de la Revelación hay una, singular, que es la revelación de su Nombre. Dios confía su Nombre a los que creen en Él; se revela a ellos en su misterio personal. El don del Nombre pertenece al orden de la confidencia y la intimidad. “El nombre del Señor es santo”. Por eso el hombre no puede usar mal de él. Lo debe guardar en la memoria en un silencio de adoración amorosa (cf. Za 2, 17). No lo empleará en sus propias palabras, sino para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo (cf. Sal 29, 2; 96, 2; 113, 1-2).


(Todas las citas están tomadas del Catecismo de la Iglesia Católica disponible en línea en el sitio web del Vaticano. https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/index_sp.html)


COMENTARIOS ADICIONALES


Juan Pablo II. Audiencia General. Miércoles 5 de enero de 1983


El sacramento del matrimonio


1. "Yo, ... te quiero a ti, ..., como esposa"; "yo, ..., te quiero a ti, a ti, ..., como esposo": estas palabras están en el centro de la liturgia del matrimonio como sacramento de la Iglesia. Estas palabras las pronuncian los novios insertándolas en la siguiente fórmula del consentimiento: "...prometo serte fiel, en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y amarte y honrarte todos los días de mi vida". Con estas palabras los novios contraen matrimonio y al mismo tiempo lo reciben como sacramento, del cual ambos son ministros. Ambos, hombre y mujer, administran el sacramento. Lo hacen ante los testigos. Testigo cualificado es el sacerdote, que al mismo tiempo bendice el matrimonio y preside toda la liturgia del sacramento. Testigos, en cierto sentido. son además todos los participantes en el rito de la hada, y en "forma oficial" algunos de ellos (normalmente dos). llamados expresamente. Ellos deben testimoniar que el matrimonio se contrae ante Dios v lo confirma la Iglesia. En el orden normal de las cosas, el matrimonio sacramental es un acto público, por medio del cual dos personas, un hombre y una mujer, se convierten ante la sociedad de la Iglesia en marido y mujer, es decir, en sujeto actual de la vocación y de la vida matrimonial.


2. El matrimonio como sacramento se contrae mediante la palabra, que es signo sacramental en razón de su contenido: "Te quiero a ti como esposa ―como esposo― y prometo serte fiel, en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y amarte y honrarte todos los días de mi vida". Sin embargo, esta palabra sacramental es de por sí sólo el signo de la celebración del matrimonio. Y la celebración del matrimonio se distingue de su consumación hasta el punto de que, sin esta consumación, el matrimonio no está todavía constituido en su plena realidad. La constatación de que un matrimonio se ha contraído jurídicamente, pero no se ha consumado (ratum - non consummatum), corresponde a la constatación de que no se ha constituido plenamente como matrimonio. En efecto, las palabras mismas "Te quiero a ti como esposa ― esposo ―" se refieren no sólo a una realidad determinada, sino que puede realizarse sólo a través de la cópula conyugal. Esta realidad (la cópula conyugal) por lo demás viene definida desde el principio por institución del Creador: "Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; y se adherirá a su mujer; y vendrán a ser los dos una sola carne" (Gén 2, 24).


3. Así, pues, de las palabras con las que el hombre v la mujer expresan su disponibilidad a llegar a ser "una sola carne", según la eterna verdad establecida en el misterio de la creación, pasamos a la realidad que corresponde a estas palabras. Uno y otro elemento es importante respecto a la estructura del signo sacramental, al que conviene dedicar el resto de las presentes consideraciones. Puesto que el sacramento es el signo mediante el cual se expresa y al mismo tiempo se actúa la realidad salvífica de la gracia y de la alianza, hay que considerarlo ahora bajo el aspecto del signo, mientras que las reflexiones anteriores se han dedicado a la realidad de la gracia y de la alianza.


El matrimonio como sacramental de la Iglesia, se contrae mediante las palabras de los ministros, es decir, de los nuevos esposos: palabras que significan e indican, en el orden intencional, lo que (o mejor: quien) ambos han decidido ser, de ahora en adelante, el uno para el otro y el uno con el otro. Las palabras de los nuevos esposos forman parte de la estructura integral del signo sacramental, no sólo por lo que significan, sino, en cierto sentido, también con el que ellas significan y determinan. El signo sacramental se constituye en el orden intencional, en cuanto que se constituye contemporáneamente en el orden real.


4. Por consiguiente, el signo del sacramento del matrimonio se constituye mediante las palabras de los nuevos esposos, en cuanto que a ellas corresponde la "realidad" que ellas mismas constituyen. Los dos, como hombre y mujer, al ser ministros del sacramento en el momento de contraer matrimonio, constituyen al mismo tiempo el pleno y real signo visible del sacramento mismo. Las palabras que ellos pronuncian no constituirían de por sí el signo sacramental del matrimonio, si no correspondiesen a ellas la subjetividad humana del novio y de la novia y al mismo tiempo la conciencia del cuerpo, ligada a la masculinidad y a la feminidad del esposo y de la esposa. Aquí hay que traer de nuevo a la mente toda la serie de análisis relativos al libro del Génesis (cf. Gén 1, 2), hechos anteriormente. La estructura del signo sacramental sigue siendo ciertamente en su esencia la misma que "en principio". La determina, en cierto sentido, "el lenguaje del cuerpo", en cuanto que cl hombre y la mujer, que mediante el matrimonio deben llegar a ser una sola carne, expresan en este signo el don recíproco de la masculinidad y de la feminidad, como fundamento de la unión conyugal de las personas


5. El signo del sacramento del matrimonio se constituye por el hecho de que las palabras pronunciadas por los nuevos esposos adquieren el mismo "lenguaje del cuerpo" que al "principio", y en todo caso le dan una expresión concreta e irrepetible. Le dan una expresión intencional en el plano del intelecto y de la voluntad, de la conciencia y del corazón. Las palabras "Yo te quiero a ti como esposa - como esposo" llevan en sí precisamente ese perenne, y cada vez único e irrepetible, "lenguaje del cuerpo" y al mismo tiempo lo colocan en el contexto de la comunión de los personas: "Prometo serte fiel, en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y amarte y honrarte todos los días de mi vida". De este modo, el "lenguaje del cuerpo" perenne y cada vez nuevo, es no solo el "substrato" sino, en cierto sentido, el contenido constitutivo de la comunión de las personas. Las personas ―hombre y mujer― se convierten de por sí en un don recíproco. Llegan a ser ese don en su masculinidad y feminidad, descubriendo el significado esponsalicio del cuerpo y refiriéndolo recíprocamente a sí mismos de modo irreversible para toda la vida.


6. Así el sacramento del matrimonio como signo permite comprender las palabras de los nuevos esposos, palabras que confieren un aspecto nuevo a su vida en la dimensión estrictamente personal (e interpersonal: comunnio personarum), basándose en el "lenguaje del cuerpo". La administración del sacramento consiste en esto: que en el momento de contraer matrimonio el legumbre y la mujer, con las palabras adecuadas y en la relectura del perenne "lenguaje del cuerpo", forman un signo, un signo irrepetible, que tiene también un significado de cara al futuro: "todos los días de mi vida", es decir, hasta la muerte. Este es signo visible y eficaz de la alianza con Dios en Cristo, esto es, de la gracia, que en dicho signo debe llegar a ser parte de ellos, como "propio don" (según la expresión de la primera Carta a los Corintios 7, 7).


7. Al formular la cuestión en categorías socio-jurídicas, se puede decir que entre los nuevos esposos se ha estipulado un pacto conyugal de contenido bien determinado. Se puede decir además que, como consecuencia de este pacto, ellos se convierten en esposos de modo socialmente reconocido, y que de esta manera se ha constituido en su germen la familia como colarla social fundamental. Este modo de entender está obviamente en consonancia con la realidad humana del matrimonio, más aún, es fundamental también en el sentido religioso y religioso-moral. Sin embargo, desde el punto de vista de la teología del sacramento, la clave para comprender el matrimonio sigue siendo la realidad del signo, con el que el matrimonio se constituye sobre el fundamento de la alianza del hombre con Dios en Cristo y en la Iglesia: se constituye en el orden sobrenatural del vínculo sagrado que exige la gracia. En este orden el matrimonio es un signo visible y eficaz. Originado en el misterio de la creación tiene su nuevo origen en el misterio de la redención, sirviendo a la "unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad" (Gaudium et spes, 24). La liturgia del sacramento del matrimonio da forma a ese signo: directamente, durante el rito sacramental, sobre la base del conjunto de sus elocuentes expresiones; indirectamente, a lo largo de toda la vida. El hombre y la mujer, como cónyuges, llevan este signo toda la vida y siguen siendo ese signo hasta la muerte.


(Tomado del sitio web del Vaticano. Accesado el 16 de marzo de 2022. https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/audiences/1983/documents/hf_jp-ii_aud_19830105.html)



DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO

A LA PAREJAS DE NOVIOS QUE SE PREPARAN PARA EL MATRIMONIO


Plaza de San Pedro

Viernes 14 de febrero de 2014


1ª Pregunta: El miedo del «para siempre»


Santidad, son muchos los que hoy piensan que prometerse fidelidad para toda la vida sea una empresa demasiado difícil; muchos sienten que el desafío de vivir juntos para siempre es hermoso, fascinante, pero demasiado exigente, casi imposible. Le pedimos su palabra que nos ilumine sobre esto.


Agradezco el testimonio y la pregunta. Os explico: ellos me enviaron las preguntas con antelación. Se comprende. Así, yo pude reflexionar y pensar una respuesta un poco más sólida. Es importante preguntarse si es posible amarse «para siempre». Ésta es una pregunta que debemos hacer: ¿es posible amarse «para siempre»? Muchas personas hoy tienen miedo de hacer opciones definitivas. Un joven decía a su obispo: «Yo quiero llegar a ser sacerdote, pero sólo por diez años». Tenía miedo a una opción definitiva. Pero es un miedo general, propio de nuestra cultura. Hacer opciones para toda la vida, parece imposible. Hoy todo cambia rápidamente, nada dura largamente. Y esta mentalidad lleva a muchos que se preparan para el matrimonio a decir: «estamos juntos hasta que dura el amor», ¿y luego? Muchos saludos y nos vemos. Y así termina el matrimonio. ¿Pero qué entendemos por «amor»? ¿Sólo un sentimiento, uno estado psicofísico? Cierto, si es esto, no se puede construir sobre ello algo sólido. Pero si en cambio el amor es una relación , entonces es una realidad que crece, y podemos incluso decir, a modo de ejemplo, que se construye como una casa. Y la casa se construye juntos, no solos. Construir significa aquí favorecer y ayudar el crecimiento. Queridos novios, vosotros os estáis preparando para crecer juntos, construir esta casa, vivir juntos para siempre. No queréis fundarla en la arena de los sentimientos que van y vienen, sino en la roca del amor auténtico, el amor que viene de Dios. La familia nace de este proyecto de amor que quiere crecer como se construye una casa, que sea espacio de afecto, de ayuda, de esperanza, de apoyo. Como el amor de Dios es estable y para siempre, así también el amor que construye la familia queremos que sea estable y para siempre. Por favor, no debemos dejarnos vencer por la «cultura de lo provisional». Esta cultura que hoy nos invade a todos, esta cultura de lo provisional. ¡Esto no funciona! Por lo tanto, ¿cómo se cura este miedo del «para siempre»? Se cura día a día, encomendándose al Señor Jesús en una vida que se convierte en un camino espiritual cotidiano, construido por pasos, pasos pequeños, pasos de crecimiento común, construido con el compromiso de llegar a ser mujeres y hombres maduros en la fe. Porque, queridos novios, el «para siempre» no es sólo una cuestión de duración. Un matrimonio no se realiza sólo si dura, sino que es importante su calidad. Estar juntos y saberse amar para siempre es el desafío de los esposos cristianos. Me viene a la mente el milagro de la multiplicación de los panes: también para vosotros el Señor puede multiplicar vuestro amor y donarlo a vosotros fresco y bueno cada día. ¡Tiene una reserva infinita de ese amor! Él os dona el amor que está en la base de vuestra unión y cada día lo renueva, lo refuerza. Y lo hace aún más grande cuando la familia crece con los hijos. En este camino es importante y necesaria la oración, siempre. Él para ella, ella para él y los dos juntos. Pedid a Jesús que multiplique vuestro amor. En la oración del Padrenuestro decimos: «Danos hoy nuestro pan de cada día». Los esposos pueden aprender a rezar también así: «Señor, danos hoy nuestro amor de cada día», porque el amor cotidiano de los esposos es el pan, el verdadero pan del alma, el que les sostiene para seguir adelante. Y la oración: ¿podemos ensayar para saber si sabemos recitarla? «Señor, danos hoy nuestro amor de cada día». ¡Todos juntos! [novios: «Señor, danos hoy nuestro amor de cada día»]. ¡Otra vez! [novios: «Señor, danos hoy nuestro amor de cada día»]. Ésta es la oración de los novios y de los esposos. ¡Enséñanos a amarnos, a querernos! Cuanto más os encomendéis a Él, tanto más vuestro amor será «para siempre», capaz de renovarse, y vencerá toda dificultad. Esto pensé deciros, respondiendo a vuestra pregunta. ¡Gracias!


2ª Pregunta: Vivir juntos: el «estilo» de la vida matrimonial


Santidad, vivir juntos todos los días es hermoso, da alegría, sostiene. Pero es un desafío que hay que afrontar. Creemos que es necesario aprender a amarse. Hay un «estilo» de la vida de la pareja, una espiritualidad de lo cotidiano que queremos aprender. ¿Puede ayudarnos en esto, Padre Santo?


Vivir juntos es un arte, un camino paciente, hermoso y fascinante. No termina cuando os habéis conquistado el uno al otro... Es más, es precisamente entonces cuando inicia. Este camino de cada día tiene normas que se pueden resumir en estas tres palabras que tú has dicho, palabras que ya he repetido muchas veces a las familias, y que vosotros ya podéis aprender a usar entre vosotros: permiso, o sea, «puedo», tú dijiste gracias, y perdón .


«¿Puedo, permiso?». Es la petición gentil de poder entrar en la vida de otro con respeto y atención. Es necesario aprender a preguntar: ¿puedo hacer esto? ¿Te gusta si hacemos así, si tomamos esta iniciativa, si educamos así a los hijos? ¿Quieres que salgamos esta noche?... En definitiva, pedir permiso significa saber entrar con cortesía en la vida de los demás. Pero escuchad bien esto: saber entrar con cortesía en la vida de los demás. Y no es fácil, no es fácil. A veces, en cambio, se usan maneras un poco pesadas, como ciertas botas de montaña. El amor auténtico no se impone con dureza y agresividad. En las Florecillas de san Francisco se encuentra esta expresión: «Has de saber, hermano carísimo, que la cortesía es una de las propiedades de Dios... la cortesía es hermana de la caridad, que extingue el odio y fomenta el amor» (Cap. 37). Sí, la cortesía conserva el amor. Y hoy en nuestras familias, en nuestro mundo, a menudo violento y arrogante, hay necesidad de mucha más cortesía. Y esto puede comenzar en casa.


«Gracias» . Parece fácil pronunciar esta palabra, pero sabemos que no es así. ¡Pero es importante! La enseñamos a los niños, pero después la olvidamos. La gratitud es un sentimiento importante: ¿recordáis el Evangelio de Lucas? Una anciana, una vez, me decía en Buenos Aires: «la gratitud es una flor que crece en tierra noble». Es necesaria la nobleza del alma para que crezca esta flor. ¿Recordáis el Evangelio de Lucas? Jesús cura a diez enfermos de lepra y sólo uno regresa a decir gracias a Jesús. Y el Señor dice: y los otros nueve, ¿dónde están? Esto es válido también para nosotros: ¿sabemos agradecer? En vuestra relación, y mañana en la vida matrimonial, es importante tener viva la conciencia de que la otra persona es un don de Dios, y a los dones de Dios se dice ¡gracias!, siempre se da gracias. Y con esta actitud interior decirse gracias mutuamente, por cada cosa. No es una palabra gentil que se usa con los desconocidos, para ser educados. Es necesario saber decirse gracias, para seguir adelante bien y juntos en la vida matrimonial.


La tercera: «Perdón» . En la vida cometemos muchos errores, muchas equivocaciones. Los cometemos todos. Pero tal vez aquí hay alguien que jamás cometió un error. Levante la mano si hay alguien allí, una persona que jamás cometió un error. Todos cometemos errores. ¡Todos! Tal vez no hay un día en el que no cometemos algún error. La Biblia dice que el más justo peca siete veces al día. Y así cometemos errores... He aquí entonces la necesidad de usar esta sencilla palabra: «perdón». En general, cada uno de nosotros es propenso a acusar al otro y a justificarse a sí mismo. Esto comenzó con nuestro padre Adán, cuando Dios le preguntó: «Adán ¿tú has comido de aquel fruto? ». «¿Yo? ¡No! Es ella quien me lo dio». Acusar al otro para no decir «disculpa », «perdón». Es una historia antigua. Es un instinto que está en el origen de muchos desastres. Aprendamos a reconocer nuestros errores y a pedir perdón. «Perdona si hoy levanté la voz»; «perdona si pasé sin saludar»; «perdona si llegué tarde», «si esta semana estuve muy silencioso», «si hablé demasiado sin nunca escuchar»; «perdona si me olvidé»; «perdona, estaba enfadado y me la tomé contigo». Podemos decir muchos «perdón» al día. También así crece una familia cristiana. Todos sabemos que no existe la familia perfecta, y tampoco el marido perfecto, o la esposa perfecta. No hablemos de la suegra perfecta... Existimos nosotros, pecadores. Jesús, que nos conoce bien, nos enseña un secreto: no acabar jamás una jornada sin pedirse perdón, sin que la paz vuelva a nuestra casa, a nuestra familia. Es habitual reñir entre esposos, porque siempre hay algo, hemos reñido. Tal vez os habéis enfadado, tal vez voló un plato, pero por favor recordad esto: no terminar jamás una jornada sin hacer las paces. ¡Jamás, jamás, jamás! Esto es un secreto, un secreto para conservar el amor y para hacer las paces. No es necesario hacer un bello discurso. A veces un gesto así y... se crea la paz. Jamás acabar... porque si tú terminas el día sin hacer las paces, lo que tienes dentro, al día siguiente está frío y duro y es más difícil hacer las paces. Recordad bien: ¡no terminar jamás el día sin hacer las paces! Si aprendemos a pedirnos perdón y a perdonarnos mutuamente, el matrimonio durará, irá adelante. Cuando vienen a las audiencias o a misa aquí a Santa Marta los esposos ancianos que celebran el 50° aniversario, les pregunto: «¿Quién soportó a quién?» ¡Es hermoso esto! Todos se miran, me miran, y me dicen: «¡Los dos!» Y esto es hermoso. Esto es un hermoso testimonio.


3ª Pregunta: El estilo de la celebración del Matrimonio


Santidad, en estos meses estamos haciendo muchos preparativos para nuestra boda. ¿Puede darnos algún consejo para celebrar bien nuestro matrimonio?


Haced todo de modo que sea una verdadera fiesta —porque el matrimonio es una fiesta—, una fiesta cristiana, no una fiesta mundana. El motivo más profundo de la alegría de ese día nos lo indica el Evangelio de Juan: ¿recordáis el milagro de las bodas de Caná? A un cierto punto faltó el vino y la fiesta parecía arruinada. Imaginad que termina la fiesta bebiendo té. No, no funciona. Sin vino no hay fiesta. Por sugerencia de María, en ese momento Jesús se revela por primera vez y hace un signo: transforma el agua en vino y, haciendo así, salva la fiesta de bodas. Lo que sucedió en Caná hace dos mil años, sucede en realidad en cada fiesta de bodas: lo que hará pleno y profundamente auténtico vuestro matrimonio será la presencia del Señor que se revela y dona su gracia. Es su presencia la que ofrece el «vino bueno», es Él el secreto de la alegría plena, la que calienta verdaderamente el corazón. Es la presencia de Jesús en esa fiesta. Que sea una hermosa fiesta, pero con Jesús. No con el espíritu del mundo, ¡no! Esto se percibe, cuando el Señor está allí.


Al mismo tiempo, sin embargo, es bueno que vuestro matrimonio sea sobrio y ponga de relieve lo que es verdaderamente importante. Algunos están más preocupados por los signos exteriores, por el banquete, las fotos, los vestidos y las flores... Son cosas importantes en una fiesta, pero sólo si son capaces de indicar el verdadero motivo de vuestra alegría: la bendición del Señor sobre vuestro amor. Haced lo posible para que, como el vino de Caná, los signos exteriores de vuestra fiesta revelen la presencia del Señor y os recuerden a vosotros y a todos los presentes el origen y el motivo de vuestra alegría.


Pero hay algo que tú has dicho y que quiero retomar al vuelo, porque no quiero dejarlo pasar. El matrimonio es también un trabajo de todos los días, podría decir un trabajo artesanal, un trabajo de orfebrería, porque el marido tiene la tarea de hacer más mujer a su esposa y la esposa tiene la tarea de hacer más hombre a su marido. Crecer también en humanidad, como hombre y como mujer. Y esto se hace entre vosotros. Esto se llama crecer juntos. Esto no viene del aire. El Señor lo bendice, pero viene de vuestras manos, de vuestras actitudes, del modo de vivir, del modo de amaros. ¡Hacernos crecer! Siempre hacer lo posible para que el otro crezca. Trabajar por ello. Y así, no lo sé, pienso en ti que un día irás por las calles de tu pueblo y la gente dirá: «Mira aquella hermosa mujer, ¡qué fuerte!...». «Con el marido que tiene, se comprende». Y también a ti: «Mira aquél, cómo es». «Con la esposa que tiene, se comprende». Es esto, llegar a esto: hacernos crecer juntos, el uno al otro. Y los hijos tendrán esta herencia de haber tenido un papá y una mamá que crecieron juntos, haciéndose —el uno al otro— más hombre y más mujer.


(Tomado del sitio web del Vaticano. Accesado el 16 de marzo de 2022. https://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2014/february/documents/papa-francesco_20140214_incontro-fidanzati.html)