Día 96: Samuel

INTRODUCCIÓN

Estamos en este lindo período, quinto período. Pero hoy empezamos un libro nuevo, el primero de Samuel. Y estaremos leyendo los capítulos 1 y 2, y el Salmo 149. Es interesantísimo lo que va a pasar porque este Libro de Samuel nos narra la historia de Israel en el último período de los Jueces, como cuando cada uno hacía lo que le parecía bien. Y nos va a mostrar el fracaso del sacerdocio.

Hay una mujer que empieza a orar con mucha fe y Dios levanta a un profeta que se va a llamar Samuel, que va a traer una renovación para la nación, pero es una renovación espiritual. Cuando ya está empezando a nacer esta renovación, nace un rey y vamos a ver qué va a pasar, porque es el momento de la monarquía y llega Saúl, el nuevo rey, un hombre que es de buena presencia, que es alto, que es bien parecido, pero que es deshonesto y que le falta integridad. Así que, de ahí el Señor va a llamar a otro rey más adelante que se llama David, quien vendrá a continuar esta historia que terminamos con Rut, que termina siendo de la familia de David.

Esa linda historia que escuchábamos en estos días. Israel está relegado, se le ha olvidado el pacto en el Sinaí y se le ha olvidado ser fiel. Los jueces nos han mostrado una falla común en el pueblo, en ellos mismos. Ahora Samuel va a ser la respuesta a la necesidad de que haya alguien que encamine al pueblo. Samuel será el profeta y el líder y veremos cómo Saul empieza a llegar al poder, pero también se va a dar algo de fracaso. Así que, este libro nos va a mostrar éxitos, nos va a mostrar también fracasó. Pero también se nos muestra que Dios es maravilloso y que nunca abandona a su pueblo.

Vamos a terminar con esta historia que ha sido fascinante, que veníamos leyendo de estos seis jueces, unos muy violentos, otras historias muy largas, llenas de problemas personales. Y esto para decir algo tan sencillo y es que, Dios se manifiesta en todas las acciones humanas que a veces no son las mejores. Pero, el Señor las usa para hablar a su pueblo, para llevarnos hacia adelante. El caos de los jueces viene a resolverse hoy a través de una nueva persona. Vamos a descubrirlo porque hoy tendremos el Primer Libro de Samuel, capítulos 1 y 2, el Salmo 149. Este es el día 96. Empecemos.


ORACIÓN INICIAL

Padre de amor y misericordia, tú que haces elocuente la lengua de los niños, educa también la mía e infunde en mis labios la gracia de tu bendición, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y a ti te invito para que pidas al Espíritu Santo que abra nuestra mente y nuestro corazón para que podamos gozarnos de esta maravillosa palabra que el Señor nos regala el día de hoy.


PUNTOS CLAVES

  • Hemos venido mirando tantas cosas, quiero retornar un poquito al libro de Rut, donde veíamos a Nohemí, que tenía una gran tragedia. A Rut una mujer que definitivamente no da gran valentía, un ejemplo de valentía, y a Booz un hombre generoso y un hombre recto. Y gracias a ellos hemos conocido que de ahí viene la genealogía de Jesús.

  • Hoy tenemos algo más interesante aún todavía y es, muchos detalles en lo ordinario de la vida, en lo ordinario de lo mundano, ahí está Dios trabajando. Dios que empieza su trabajo una vez más, que quiere continuar en Ana, quien hace una oración con lo más profundo de su dolor desde lo más profundo de su dolor. Y Elías la quiere reprimir porque cree que está embriagada. Pero está embriagada de dolor, de tristeza, no en el vino, sino en la tristeza. Y él mismo termina bendiciéndola.

  • Qué interesante cómo nosotros podemos confundirnos rápidamente y este Libro Primero de Samuel nos ayuda a entender y a terminar lo que veníamos viendo con los jueces, cómo Dios, como lo dije hace un momento atrás, usa personas comunes, y muchas de estas personas que hemos visto no son espectaculares, sino que tienen fallos, y serios fallos, y serios defectos. Yo creo que esas historias constituyen para ti y para mi un gran aliento, una gran esperanza de que nosotros somos gente normal y corriente y, sin embargo, Dios está ahí para ayudarnos, para sacarnos adelante.

  • También vamos a ver personas extraordinarias de aquí en adelante, como es Ana, de quien hemos leído el día de hoy. Está Elí y ya va a entrar Samuel. Y de aquí en adelante veremos más personajes: Saúl, Jonathan, al mismo rey David. Y nos vamos a empezar a familiarizar con ellos, pero sin olvidar que son personas normales y corrientes que hacen cosas extraordinarias porque Dios está con ellos.

  • Tenemos que mirar el día de hoy como la oración es un elemento principal, primordial. Debería ser el primero, es el primero en todo. Este primer libro de Samuel se inicia con esta oración y es una oración que da resultados, porque la oración tiene poder. También vamos a ver cómo este libro se va a desarrollar lo que se llama “el reinado”, un reinado que viene de Dios, una teocracia. Y hay un gran pacto también, que lo estamos viendo en estos días.

  • Y también en este libro podemos ver el oficio de un profeta. Y es lo que se va a destacar aquí, que un profeta que actúa y viene a mostrar cómo el mismo sacerdocio puede fracasar, cómo puede alguien puede ser ungido como rey, pero también puede fracasar. Pero que Dios nunca fracasa, nunca nos abandona. Y vamos a ver el surgimiento de un nuevo reino dentro de pocos días. Así que, Dios está buscando como sacar a su pueblo adelante, pero a veces el pueblo no se deja ayudar.

  • Hemos visto como Ana, la mujer piadosa, llora mientras el pueblo está pidiendo un rey, Ana está pidiendo un hijo y Dios empieza a edificar ese trono que estas están pidiendo sobre el llanto de una mujer. Y es una mujer que está haciéndose cada día más pequeña, humillándose ante Dios. Y Dios la va a exaltar. Y va a edificar sobre ella su trono.

  • Por otro lado, vemos al sacerdote Elí que piensa que esta mujer está ebria y no se da cuenta que está orando. Y, cuando descubre su verdadera ansiedad, como lo dije, él la bendice y ella da a luz a este niño que se llamará Samuel. Y ella cumplió su palabra, se lo trajo a Elí para cumplir con su voto, para que este niño le sirviera a Dios y solamente a Dios. El esposo de Ana, pues tenía dos mujeres, que pensarían ellas del regalo que acaba de hacer Ana de entregar a su hijo al servicio del Señor.

  • Pidamos que muchos de ustedes también puedan decirles a sus hijos: “Sírvele a Dios”, que puedan decir al Señor: “Señor, si me regalas un hijo varón te lo pongo a tu servicio o una hija mujer la pongo en tu servicio”. Hoy en día no escuchamos oraciones como las de Ana ¿verdad? Tal vez nuestras oraciones ya son muy solemnes y preparadas de antemano.

  • Hoy los invito a que dejen que cualquiera que sea la motivación que hay en su corazón, sea alegría, tristeza —lo que sea— sea la fuente de su oración, para que de ahí el Señor escuche la plegaria de cada uno de nosotros, que podamos sacar lo que hay en lo profundo de nuestros corazones. Así que, hoy tal vez es el día en que el Señor quiere pronunciar una bendición y que nos dirá que se aleje de nosotros la tristeza, porque nos va a dar evidencia de que es un Dios de vivos y no de muertos. Porque es un Dios que ha dado a esta mujer, Ana, fruto en su vientre, que lindo. Y démosle gracias a Dios por todas aquellas mujeres que han podido engendrar y que han engendrado en el momento apropiado, no para ellas tal vez, ni para sus maridos, pero en el momento apropiado para Dios. Porque cada vida es un regalo de Dios, es una respuesta a una circunstancia, a una oración, a un clamor a una súplica de alguna persona.

  • Digámosle al Señor: “No tengas en cuenta nuestras iniquidades, nuestro pecado, más bien, danos perdón y gracias porque nuestra alma siempre se puede gozar en tu palabra y porque sabemos que siempre nos guías a la vida”. Así que, gracias por todas las vidas que hay a nuestro alrededor, incluida nuestra propia vida porque tú también eres una bendición.

ORACIÓN FINAL

Y antes de despedirme, como siempre por favor no te olvides de orar por mi para que pueda seguir siendo fiel a este ministerio de compartir la palabra con ustedes a diario que se me ha confiado durante estos 365 días, para que pueda vivir con fe lo que leo, lo que comparto, para que pueda enseñar la verdad y para que yo también pueda cumplir lo que he enseñado. Y que la bendición de Dos Todopoderoso que es Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes y los acompañe siempre. ¡Que Dios los bendiga!

PARA MEDITAR

  • Fray Sergio te invita a que, sea lo que sea que haya en tu corazón — alegría, tristeza, dolor, temor, contrariedad, desilusión—, que esto sea la fuente de tu oración hoy.

  • Pídele al Espíritu Santo la gracia de poder sacar todo lo que hay en lo profundo de tu corazón para ponerlo a los pies de Jesús.

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

1 S 1

489 A lo largo de toda la Antigua Alianza, la misión de María fue preparada por la misión de algunas santas mujeres. Al principio de todo está Eva: a pesar de su desobediencia, recibe la promesa de una descendencia que será vencedora del Maligno (cf. Gn 3, 15) y la de ser la madre de todos los vivientes (cf. Gn 3, 20). En virtud de esta promesa, Sara concibe un hijo a pesar de su edad avanzada (cf. Gn 18, 10-14; 21,1-2). Contra toda expectativa humana, Dios escoge lo que era tenido por impotente y débil (cf. 1 Co 1, 27) para mostrar la fidelidad a su promesa: Ana, la madre de Samuel (cf. 1 S 1), Débora, Rut, Judit, y Ester, y muchas otras mujeres. María "sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, que esperan de él con confianza la salvación y la acogen. Finalmente, con ella, excelsa Hija de Sión, después de la larga espera de la promesa, se cumple el plazo y se inaugura el nuevo plan de salvación" (LG 55).

1 S 1, 9-18

2578 La oración del pueblo de Dios se desarrolla a la sombra de la morada de Dios, el Arca de la Alianza y más tarde el Templo. Los guías del pueblo —pastores y profetas— son los primeros que le enseñan a orar. El niño Samuel aprendió de su madre Ana cómo “estar ante el Señor” (cf. 1 S 1, 9-18) y del sacerdote Elí cómo escuchar su Palabra: “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (cf. 1 S 3, 9-10). Más tarde, también él conocerá el precio y el peso de la intercesión: “Por mi parte, lejos de mí pecar contra el Señor dejando de suplicar por vosotros y de enseñaros el camino bueno y recto” (1 S 12, 23).

(Todas las citas están tomadas del Catecismo de la Iglesia Católica disponible en línea en el sitio web del Vaticano. https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/index_sp.html)


COMENTARIOS ADICIONALES

Papa Francisco. Audiencia General. Biblioteca del Palacio Apostólico. Miércoles, 6 de mayo de 2020.

Catequesis sobre la oración.

Catequesis: 1. El misterio de la oración - La oración es como un grito que sale del corazón


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy comenzamos un nuevo ciclo de catequesis sobre el tema de la oración. La oración es el aliento de la fe, es su expresión más adecuada. Como un grito que sale del corazón de los que creen y se confían a Dios.

Pensemos en la historia de Bartimeo, un personaje del Evangelio (cf. Mc 10,46-52 y par.) y, os lo confieso, para mí el más simpático de todos. Era ciego y se sentaba a mendigar al borde del camino en las afueras de su ciudad, Jericó. No es un personaje anónimo, tiene un rostro, un nombre: Bartimeo, es decir, “hijo de Timeo”. Un día oye que Jesús pasaría por allí. Efectivamente, Jericó era una cruce de caminos de personas, continuamente atravesada por peregrinos y mercaderes. Entonces Bartimeo se pone a la espera: hará todo lo posible para encontrar a Jesús. Mucha gente hacía lo mismo, recordemos a Zaqueo, que se subió a un árbol. Muchos querían ver a Jesús, él también.

Este hombre entra, pues, en los Evangelios como una voz que grita a pleno pulmón. No ve; no sabe si Jesús está cerca o lejos, pero lo siente, lo percibe por la multitud, que en un momento dado aumenta y se avecina... Pero está completamente solo, y a nadie le importa. ¿Y qué hace Bartimeo? Grita. Y sigue gritando. Utiliza la única arma que tiene: su voz. Empieza a gritar: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!» (v. 47). Y sigue así, gritando.

Sus gritos repetidos molestan, no resultan educados, y muchos le reprenden, le dicen que se calle. “Pero sé educado, ¡no hagas eso!”. Pero Bartimeo no se calla, al contrario, grita todavía más fuerte: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!» (v. 47). Esa testarudez tan hermosa de los que buscan una gracia y llaman, llaman a la puerta del corazón de Dios. Él grita, llama. Esa frase: “Hijo de David”, es muy importante, significa “el Mesías” —confiesa al Mesías—, es una profesión de fe que sale de la boca de ese hombre despreciado por todos.

Y Jesús escucha su grito. La plegaria de Bartimeo toca su corazón, el corazón de Dios, y las puertas de la salvación se abren para él. Jesús lo manda a llamar. Él se levanta de un brinco y los que antes le decían que se callara ahora lo conducen al Maestro. Jesús le habla, le pide que exprese su deseo —esto es importante— y entonces el grito se convierte en una petición: “¡Haz que recobre la vista!”. (cf. v. 51).

Jesús le dice: «Vete, tu fe te ha salvado» (v. 52). Le reconoce a ese hombre pobre, inerme y despreciado todo el poder de su fe, que atrae la misericordia y el poder de Dios. La fe es tener las dos manos levantadas, una voz que clama para implorar el don de la salvación. El Catecismo afirma que «la humildad es la base de la oración» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2559). La oración nace de la tierra, del humus —del que deriva “humilde”, “humildad”—; viene de nuestro estado de precariedad, de nuestra constante sed de Dios (cf. ibid., 2560-2561).

La fe, como hemos visto en Bartimeo, es un grito; la no fe es sofocar ese grito. Esa actitud que tenía la gente para que se callara: no era gente de fe, en cambio, él si. Sofocar ese grito es una especie de “ley del silencio”. La fe es una protesta contra una condición dolorosa de la cual no entendemos la razón; la no fe es limitarse a sufrir una situación a la cual nos hemos adaptado. La fe es la esperanza de ser salvado; la no fe es acostumbrarse al mal que nos oprime y seguir así.

Queridos hermanos y hermanas, empezamos esta serie de catequesis con el grito de Bartimeo, porque quizás en una figura como la suya ya está escrito todo. Bartimeo es un hombre perseverante. Alrededor de él había gente que explicaba que implorar era inútil, que era un vocear sin respuesta, que era ruido que molestaba y basta, que por favor dejase de gritar: pero él no se quedó callado. Y al final consiguió lo que quería.

Más fuerte que cualquier argumento en contra, en el corazón de un hombre hay una voz que invoca. Todos tenemos esta voz dentro. Una voz que brota espontáneamente, sin que nadie la mande, una voz que se interroga sobre el sentido de nuestro camino aquí abajo, especialmente cuando nos encontramos en la oscuridad: “¡Jesús, ten compasión de mí! ¡Jesús, ten compasión mi!”. Hermosa oración, ésta.

Pero ¿acaso estas palabras no están esculpidas en la creación entera? Todo invoca y suplica para que el misterio de la misericordia encuentre su cumplimiento definitivo. No rezan sólo los cristianos: comparten el grito de la oración con todos los hombres y las mujeres. Pero el horizonte todavía puede ampliarse: Pablo dice que toda la creación «gime y sufre los dolores del parto» (Rom 8,22). Los artistas se hacen a menudo intérpretes de este grito silencioso de la creación, que pulsa en toda criatura y emerge sobre todo en el corazón del hombre, porque el hombre es un “mendigo de Dios” (cf. CIC, 2559). Hermosa definición del hombre: “mendigo de Dios”. Gracias.

(Tomado del sitio web del Vaticano. Accesado el 7 de abril de 2022. https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2020/documents/papa-francesco_20200506_udienza-generale.html)