Día 38: Decreto de los diez mandamientos

INTRODUCCIÓN

Seguimos con nuestro recorrido con el Éxodo. Estamos caminando con el pueblo y vamos a ver como Moisés entrega el mensaje de Dios al pueblo, y como el pueblo responde. Y para ver mejor esta situación, tenemos que estar conscientes de que el pueblo está en una marcha por

el desierto. Van camino al Monte Sinaí, llegan al Sinaí y allí permanecen durante todo el tiempo que duran todos los acontecimientos relatados desde este capítulo 19 del libro del éxodo hasta cuando lleguemos a Números 10, 10.


Así que este tiempo es un tiempo al pie del Sinaí. Y Moisés va a recibir la Ley de Dios y muchas instrucciones relativas a cómo adorar a Dios de una forma formal. También, como el pueblo ha sido liberado de la esclavitud y redimido. Y esto requiere así para ellos para que tengan un estatuto para la conducta tanto civil, como social. Así que el pueblo de Dios empieza a celebrar ceremonias para darle gracias a Dios por todo lo que ha hecho, y vamos a empezar a entender que el carácter santo de Dios ayuda siempre la debilidad humana. Por eso es importante que reconozcamos que estos mandatos que se le entregará a Moisés constituyen la base de los principios morales que se encuentran en todo nuestro mundo occidental. Y pues es un resumen de lo único que Dios espera de su pueblo. Espera de nosotros que tengamos fe. ¿Qué más espera? Que lo adoremos. ¿Qué más espera? Que tengamos una buena conducta. Así que el rol de todos estos mandamientos y de normas para los Israelitas, como para nosotros cristianos, a veces es de controversia. Pero por esta razón, debemos estar atentos a saber qué debemos hacer, cómo debemos ser conscientes y respetuosos de las diferentes maneras de interpretar esta ley y de llevarla a cabo. Por eso hoy vamos a reconocer que el Éxodo sigue siendo importantísimo para nosotros, pues es un código moral y no sólo es eso, sino es la manera como nos vamos a relacionar con ese Dios que se ha querido quedar en medio de su pueblo. Este es un día muy importante y estaremos leyendo Éxodo 19 y 20; también leeremos Levítico capítulo 13; y el salmón 74. Este es el día 38.



ORACIÓN INICIAL

Padre de amor y misericordia, Tú que instruyes la lengua de los niños, educa también la mía e infunde en mis labios la gracia de Tu bendición. Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y a ti, te invito para que pidas al Espíritu Santo que abra nuestra mente y nuestro corazón, para que podamos gozar de esta palabra de Dios hoy en nuestras vidas.



PUNTOS CLAVES

  • Continuamos con este lindo estudio del Éxodo, esta lectura, esta reflexión, esta meditación y estamos en momentos muy importantes para nosotros. Se ha dado el código de la Alianza. Se sella la Alianza ahora con Dios, bueno, lo vamos a ver en estos próximos cuatro capítulos que siguen. Llegaremos hasta el capítulo 24 y 25 donde seguiremos con este sello de la Alianza. Habrá sangre para el sacrificio, habrá más prescripciones de cómo se va a hacer todo, qué medidas se deben utilizar.


  • Todo se empieza a poner en línea. Pero lo que hay que recapturar de estos capítulos es que el pueblo, como lo dije antes, está al pie del Sinaí y lo que hay que mirar es que la Torah, que es tan importante para los judíos, nos quiere mostrar es que Dios está con Nosotros. Que también hay un sacerdocio que está establecido y que hay ritos.


  • Sí que hemos escuchado ritos y nos han insistido en la importancia de los sacerdotes en el Levítico. Y hay bastantes cosas que están pasando en las que tenemos que prestar atención, pero sobre todo tuvimos el Decálogo. Muy importante. ¿Te sabes los mandamientos? Porque muchas veces decimos sabérnoslos, pero no podemos enunciarlos. Me llama mucho la atención cuando queremos ser padrinos y nos toca enseñar la fe, los mandamientos del amor a Dios y al prójimo, y ni siquiera nos sabemos el Credo, lo que es nuestra fe, el resumen de nuestra fe. Ni nos sabemos el decálogo, que son los mandamientos. Así que, ¿qué podemos enseñar a nuestros niños? ¿a nuestra gente?


  • Hoy El Señor entrega sus leyes. El pueblo estaba un poco temeroso, porque sonaban los truenos. Pero deberíamos tener más temor de no cumplir la ley del Señor. Porque lo único que Él quiere es estar en medio de nosotros, y por eso nos ofrece todas estas manifestaciones de su amor, es decir, cómo nos debemos portar. Así como los papás nos dicen, “Mira si tú me amas vas a estudiar juicioso, vas a ir a la escuela, vas a hacer los deberes que te pongamos en casa y de esta manera demuestras a mami a papi que que tú nos quieres.”


  • Así que ¡hoy ha sido un día excelente! Porque hemos visto la Alianza y empieza todo este capítulo de Alianza, y que vamos a pactar con sangre. Y ya se nos empieza a dar el Decálogo, las normas a seguir. Y como lo dije antes, el sacerdocio y los ritos.


ORACIÓN FINAL

Vamos a darle gracias al Señor, porque a veces nos sentimos perdidos y no sabemos cómo andar. Que su ley, que es una ley de amor, que es una ley de convivencia, que nos ayuda a vivir de una manera ordenada y armoniosa entre los hombres y Dios, nos acompañe hoy y siempre. Y podamos ser obedientes a esta ley. Y por favor, no te olvides de orar por mí, para que yo pueda ser fiel a este ministerio que se me ha confiado. Para que pueda vivir con fe lo que leo y trato de enseñar. Para que siempre enseñe la verdad y también pueda cumplir lo que he enseñado.


Y que la bendición de Dios, Padre Todo poderoso que es Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ti y te acompañe siempre. Que Dios te bendiga.


PARA MEDITAR


CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Ex 19–20

708 Esta pedagogía de Dios aparece especialmente en el don de la Ley (cf. Ex 19-20; Dt 1-11; 29-30), que fue dada como un "pedagogo" para conducir al Pueblo hacia Cristo (Ga 3, 24). Pero su impotencia para salvar al hombre privado de la "semejanza" divina y el conocimiento creciente que ella da del pecado (cf. Rm 3, 20) suscitan el deseo del Espíritu Santo. Los gemidos de los Salmos lo atestiguan.

Ex 19

2060 El don de los mandamientos de la ley forma parte de la Alianza sellada por Dios con los suyos. Según el libro del Éxodo, la revelación de las “diez palabras” es concedida entre la proposición de la Alianza (cf Ex 19) y su ratificación (cf Ex 24), después que el pueblo se comprometió a “hacer” todo lo que el Señor había dicho y a “obedecerlo” (Ex 24, 7). El Decálogo no es transmitido sino tras el recuerdo de la Alianza (“el Señor, nuestro Dios, estableció con nosotros una alianza en Horeb”: Dt 5, 2).

Ex 19, 5-6

709 La Ley, signo de la Promesa y de la Alianza, habría debido regir el corazón y las instituciones del pueblo salido de la fe de Abraham. "Si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza [...], seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa" (Ex 19,5-6; cf. 1 P 2, 9). Pero, después de David, Israel sucumbe a la tentación de convertirse en un reino como las demás naciones. Pues bien, el Reino objeto de la promesa hecha a David (cf. 2 S 7; Sal 89; Lc 1, 32-33) será obra del Espíritu Santo; pertenecerá a los pobres según el Espíritu.

El sacerdocio de la Antigua Alianza

1539 El pueblo elegido fue constituido por Dios como "un reino de sacerdotes y una nación consagrada" (Ex 19,6; cf Is 61,6). Pero dentro del pueblo de Israel, Dios escogió una de las doce tribus, la de Leví, para el servicio litúrgico (cf. Nm 1,48-53); Dios mismo es la parte de su herencia (cf. Jos 13,33). Un rito propio consagró los orígenes del sacerdocio de la Antigua Alianza (cf Ex 29,1-30; Lv 8). En ella los sacerdotes fueron establecidos "para intervenir en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados" (Hb 5,1).

Ex 20, 1-17

El Decálogo en la Sagrada Escritura

2056 La palabra “Decálogo” significa literalmente “diez palabras” (Ex 34, 28 ; Dt 4, 13; 10, 4). Estas “diez palabras” Dios las reveló a su pueblo en la montaña santa. Las escribió “con su Dedo” (Ex 31, 18), a diferencia de los otros preceptos escritos por Moisés (cf Dt 31, 9.24). Constituyen palabras de Dios en un sentido eminente. Son transmitidas en los libros del Éxodo (cf Ex 20, 1-17) y del Deuteronomio (cf Dt 5, 6-22). Ya en el Antiguo Testamento, los libros santos hablan de las “diez palabras” (cf por ejemplo, Os 4, 2; Jr 7, 9; Ez 18, 5-9); pero su pleno sentido será revelado en la nueva Alianza en Jesucristo.

2083 Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios en estas palabras: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22, 37; cf Lc 10, 27: “...y con todas tus fuerzas”). Estas palabras siguen inmediatamente a la llamada solemne: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor” (Dt 6, 4).

Dios nos amó primero. El amor del Dios Único es recordado en la primera de las “diez palabras”. Los mandamientos explicitan a continuación la respuesta de amor que el hombre está llamado a dar a su Dios.

2061 Los mandamientos reciben su plena significación en el interior de la Alianza. Según la Escritura, el obrar moral del hombre adquiere todo su sentido en y por la Alianza. La primera de las “diez palabras” recuerda el amor primero de Dios hacia su pueblo:

«Como había habido, en castigo del pecado, paso del paraíso de la libertad a la servidumbre de este mundo, por eso la primera frase del Decálogo, primera palabra de los mandamientos de Dios, se refiere a la libertad: “Yo soy el Señor tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre”» (Ex 20, 2; Dt 5, 6) (Orígenes, In Exodum homilia 8, 1).

2141 El culto de las imágenes sagradas está fundado en el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios. No es contrario al primer mandamiento.


2196 En respuesta a la pregunta que le hacen sobre cuál es el primero de los mandamientos, Jesús responde: «El primero es: “Escucha Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. El segundo es: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No existe otro mandamiento mayor que éstos» (Mc 12, 29-31).

El apóstol san Pablo lo recuerda: «El que ama al prójimo ha cumplido la ley. En efecto, lo de: no adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud» (Rm 13, 8-10).

2200 El cumplimiento del cuarto mandamiento lleva consigo su recompensa: “Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar” (Ex 20, 12; Dt 5, 16). La observancia de este mandamiento procura, con los frutos espirituales, frutos temporales de paz y de prosperidad. Y al contrario, la no observancia de este mandamiento entraña grandes daños para las comunidades y las personas humanas.


COMENTARIOS ADICIONALES


Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos (Mt 19, 17)

12. Sólo Dios puede responder a la pregunta sobre el bien porque él es el Bien. Pero Dios ya respondió a esta pregunta: lo hizo creando al hombre y ordenándolo a su fin con sabiduría y amor, mediante la ley inscrita en su corazón (cf. Rm 2, 15), la «ley natural». Ésta «no es más que la luz de la inteligencia infundida en nosotros por Dios. Gracias a ella conocemos lo que se debe hacer y lo que se debe evitar. Dios dio esta luz y esta ley en la creación» 19. Después lo hizo en la historia de Israel, particularmente con las «diez palabras», o sea, con los mandamientos del Sinaí, mediante los cuales él fundó el pueblo de la Alianza (cf. Ex 24) y lo llamó a ser su «propiedad personal entre todos los pueblos», «una nación santa» (Ex 19, 5-6), que hiciera resplandecer su santidad entre todas las naciones (cf. Sb 18, 4; Ez 20, 41). La entrega del Decálogo es promesa y signo de la alianza nueva, cuando la ley será escrita nuevamente y de modo definitivo en el corazón del hombre (cf. Jr 31, 31-34), para sustituir la ley del pecado, que había desfigurado aquel corazón (cf. Jr 17, 1). Entonces será dado «un corazón nuevo» porque en él habitará «un espíritu nuevo», el Espíritu de Dios (cf. Ez 36, 24-28) 20.


Por esto, y tras precisar que «uno solo es el Bueno», Jesús responde al joven: «Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos» (Mt 19, 17). De este modo, se enuncia una estrecha relación entre la vida eterna y la obediencia a los mandamientos de Dios: los mandamientos indican al hombre el camino de la vida eterna y a ella conducen. Por boca del mismo Jesús, nuevo Moisés, los mandamientos del Decálogo son nuevamente dados a los hombres; él mismo los confirma definitivamente y nos los propone como camino y condición de salvación. El mandamiento se vincula con una promesa: en la antigua alianza el objeto de la promesa era la posesión de la tierra en la que el pueblo gozaría de una existencia libre y según justicia (cf. Dt 6, 20-25); en la nueva alianza el objeto de la promesa es el «reino de los cielos», tal como lo afirma Jesús al comienzo del «Sermón de la montaña» —discurso que contiene la formulación más amplia y completa de la Ley nueva (cf. Mt 5-7)—, en clara conexión con el Decálogo entregado por Dios a Moisés en el monte Sinaí. A esta misma realidad del reino se refiere la expresión vida eterna, que es participación en la vida misma de Dios; aquélla se realiza en toda su perfección sólo después de la muerte, pero, desde la fe, se convierte ya desde ahora en luz de la verdad, fuente de sentido para la vida, incipiente participación de una plenitud en el seguimiento de Cristo. En efecto, Jesús dice a sus discípulos después del encuentro con el joven rico: «Todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna» (Mt 19, 29).


13. La respuesta de Jesús no le basta todavía al joven, que insiste preguntando al Maestro sobre los mandamientos que hay que observar: «"¿Cuáles?", le dice él» (Mt 19, 18). Le interpela sobre qué debe hacer en la vida para dar testimonio de la santidad de Dios. Tras haber dirigido la atención del joven hacia Dios, Jesús le recuerda los mandamientos del Decálogo que se refieren al prójimo: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo». (Mt 19, 18-19).


Por el contexto del coloquio y, especialmente, al comparar el texto de Mateo con las perícopas paralelas de Marcos y de Lucas, aparece que Jesús no pretende detallar todos y cada uno de los mandamientos necesarios para «entrar en la vida» sino, más bien, indicar al joven la «centralidad» del Decálogo respecto a cualquier otro precepto, como interpretación de lo que para el hombre significa «Yo soy el Señor tu Dios». Sin embargo, no nos pueden pasar desapercibidos los mandamientos de la Ley que el Señor recuerda al joven: son determinados preceptos que pertenecen a la llamada «segunda tabla» del Decálogo, cuyo compendio (cf. Rm 13, 8-10) y fundamento es el mandamiento del amor al prójimo: «Ama a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 19, 19; cf. Mc 12, 31). En este precepto se expresa precisamente la singular dignidad de la persona humana, la cual es la «única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma» 21. En efecto, los diversos mandamientos del Decálogo no son más que la refracción del único mandamiento que se refiere al bien de la persona, como compendio de los múltiples bienes que connotan su identidad de ser espiritual y corpóreo, en relación con Dios, con el prójimo y con el mundo material. Como leemos en el Catecismo de la Iglesia católica, «los diez mandamientos pertenecen a la revelación de Dios. Nos enseñan al mismo tiempo la verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve los deberes esenciales y, por tanto, indirectamente, los derechos fundamentales, inherentes a la naturaleza de la persona humana» 22.


Los mandamientos, recordados por Jesús a su joven interlocutor, están destinados a tutelar el bien de la persona humana, imagen de Dios, a través de la tutela de sus bienes particulares. El «no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio», son normas morales formuladas en términos de prohibición. Los preceptos negativos expresan con singular fuerza la exigencia indeclinable de proteger la vida humana, la comunión de las personas en el matrimonio, la propiedad privada, la veracidad y la buena fama.


Los mandamientos constituyen, pues, la condición básica para el amor al prójimo y al mismo tiempo son su verificación. Constituyen la primera etapa necesaria en el camino hacia la libertad, su inicio. «La primera libertad —dice san Agustín— consiste en estar exentos de crímenes..., como serían el homicidio, el adulterio, la fornicación, el robo, el fraude, el sacrilegio y pecados como éstos. Cuando uno comienza a no ser culpable de estos crímenes (y ningún cristiano debe cometerlos), comienza a alzar los ojos a la libertad, pero esto no es más que el inicio de la libertad, no la libertad perfecta...» 23.


14. Todo ello no significa que Cristo pretenda dar la precedencia al amor al prójimo o separarlo del amor a Dios. Esto lo confirma su diálogo con el doctor de la ley, el cual hace una pregunta muy parecida a la del joven. Jesús le remite a los dos mandamientos del amor a Dios y del amor al prójimo (cf. Lc 10, 25-27) y le invita a recordar que sólo su observancia lleva a la vida eterna: «Haz eso y vivirás» (Lc 10, 28). Es, pues, significativo que sea precisamente el segundo de estos mandamientos el que suscite la curiosidad y la pregunta del doctor de la ley: «¿Quién es mi prójimo?» (Lc 10, 29). El Maestro responde con la parábola del buen samaritano, la parábola-clave para la plena comprensión del mandamiento del amor al prójimo (cf. Lc 10, 30-37).


Los dos mandamientos, de los cuales «penden toda la Ley y los profetas» (Mt 22, 40), están profundamente unidos entre sí y se compenetran recíprocamente. De su unidad inseparable da testimonio Jesús con sus palabras y su vida: su misión culmina en la cruz que redime (cf. Jn 3, 14-15), signo de su amor indivisible al Padre y a la humanidad (cf. Jn 13, 1).

(Tomado de la Encíclica Veritatis Splendor del Santo Padre Juan Pablo II del sitio web del Vaticano. Accesado el día 7 de febrero de 2022. https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_06081993_veritatis-splendor.html)